lunes, 21 de septiembre de 2009

Caminando de vos y yo

Caminando, creo era el sábado por la mañana, pase por la puerta del club.
Casi sin darme cuenta divise al forro del nuevo bufetero, sentado ahí, mirando por la misma ventana en la que mi abuelo mataba sus horas de aburrido embole tomando vino y relojeando culos de vecinas que salían a sacar la basura.

Me enervo, por demás, ver a aquel pelotudo ocupando su lugar… Sentí las ganas y el deber de decirle que ese era El Rincón de mi abuelo, que no tenia derecho alguno para aplastarse en esa silla. No tenia derecho de ocupar un lugar para el cual no era meritorio, ni lo va a ser…

Es que los recuerdo, los aromas de nuestra infancia y adolescencia, de los nuestros…Son tan dolidos y arraigados que uno se adueña de esas imágenes y no permite que nada ni nadie la empañen. La bifurquen.
Ahora, creo que es la necesidad de sentir cerca todos aquellos momentos (buenos o malos) y personas (repito: buenas o malas) que nos marcaron, que nos dejaron una huella y de que algún modo nos convirtieron en los proyectos de personas que somos hoy en día.

Ahí nomás empecé a percibir la voz del viejo gritándome para que no tome tanto, la mía pidiéndole lo mismo… Los vermut, el maní, las charlas con tipos tan golpeados, el agua fría de la bacha, el humo ensortijado en los ventiladores como las piernas de una ramera en las caderas de su cliente. Entre partiditos de mus y musas que jamás vuelven, las gastadas ensañosas y el tango clavado en los corazones de gente como yo y como ellos, que no tenían otro momento de dispersión en sus vidas de mierda que el de las tardes en “El Faro”…
Yo estaba muy mal por aquellos años. Pero esos recuerdos me sientan tan bien…

Y no puedo evitar la subjetividad…no puedo!

Los viejos que quedan siguen yendo después del trabajo y los curros, cada tarde, a jugar billares y barajas con sus soledades como si el tiempo no hubiera transcurrido. Por momentos pienso que, quizás, ni se den cuenta que mi abuelo ya no esta ahí y que el que ocupa ahora su silla es un forro que juega a ser “bufetero”.

Me jure no entrar jamás desde que mi abuelo murió y así lo hice.
Aunque me basta con pasar por la puerta para que vuelva a mi ese vendaval de nostalgia fotográfica… tan dulce y tan amargo… tan divino y tan abyecto…







(De Tripacio el Proxeteta con oportunos agregados de la Señorita Viridiana)

jueves, 10 de septiembre de 2009

La Cazadora de Cocodrilos (Anecdotario de una vida pasada)

-Hoy estoy hecha una cazadora de cocodrilos, mi gauchito.
-¿A qué se debe mi chinita?
- A que muero por una raya.

Y encandilado por el resplandor de su voz, me dirigí sin más, al cajón de la mesa de luz. Saqué el frasquito de aluminio tallado que tan bien sabe esconder la magia blanca y una tarjeta llamada control.
Me bajé el pantalón junto con el bóxer en un sólo tirón de manos y me senté en la cama después de acuchillar con mi mirada esos ojos miel que ansiaban, inquietos, el consuelo de la cocaína.
Peiné una fina línea desde la mitad del mi muslo hasta la ingle en dirección a mi sexo a medio erectar. Tomé un billete de diez del bolso que con un hábil girar de dedos convertí en canuto...
Listos los preparativos para dar comienzo a la ceremonia amor -le dije- amarrándola del pelo con suave firmeza y dirigiéndole su nariz al delito. Esnifó la merca desde la mitad de mi pierna hasta mi sexo con las mismas ganas con que una nena se come una golosina. Clavándome su vista, brillando de perversa dureza.
Inmediatamente, después de que el último jalón pasó por su fosa nasal derecha, mi glande desapareció en sus labios de fuego. Su cabeza se transformo en un pistón que vaivenía en el contorno de mis venas bombeantes.
Sos una divina - le decía- mientras seguía con mi mano ese ritmo apabullador que toman los cráneos de la mujeres hábiles al tragarse una buena pija. Me fui de este mundo en su boca y se tragó toda mi ira. Ella le contestaba a mi mirada con ojos extraviados y su sonrisa, sublime, de comisura de labio húmeda.

Todavía me queman esos recuerdos. Pobre la flaca, la mató el bicho, según me dijeron. No me amaba, ni a mí ni a nadie. Y yo mucho menos. Admito, ni siquiera, entraba en mi margen de gustos. Pero escupir con tu pito en su boca después de que se meta por la nariz la alegría que vos mismo le habilitaste era tocar el cielo con la punta del glande y arañarlo con las manos.
Tenía la habilidad y la fortaleza necesaria para cuerear el más heavy metal de los cocodrilos con tan sólo un suspiro. Pero, en cambio, su corazón goloso y débil se moría atravesado, por el aguijón de cuanta raya se le cruzase...




::: Tricpacio El Proxeteta :::